Inteligencia Artificial: entre la esperanza y la desconfianza
Parte III
Las dos anteriores colaboraciones en este “Tu Espacio Digital” las he dedicado a reflexionar acerca de la Inteligencia Artificial (IA), y esta tercera y última parte plantearé algunos de los dilemas éticos que actualmente son debatidos por los especialistas, respecto de este avance tecnológico que en el día a día va permeando sin descanso ni retorno visible en diversos campos de nuestra existencia, comenzando por las asistentes virtuales, pasando por las casas inteligentes, los servicios de atención a clientes proporcionados por chatbots, procesos productivos en la industria 4.0, la dirección ejecutiva de proyectos clave en algunas empresas y hasta la producción de obras de arte y bienes culturales por la IA.
La supremacía del algoritmo en el ecosistema virtual conduce a una pregunta obligada: ¿en qué momento conferimos nuestra voluntad, gustos, preferencias y libertad de elección a una serie de pasos lógico-matemáticos para que decidan las noticias que debemos ver, cuáles no, los productos que debemos consumir, las notificaciones que debemos ver o no en nuestras redes sociales, los amigos de quienes nos mantenemos al tanto en ellas y de quiénes no, las comunidades virtuales a las cuales deberíamos pertenecer y a cuáles jamás porque ya ni siquiera nos aparecen como recomendación?
¿Qué pasó con nuestra libertad? Simple, la necesidad de comodidad, confort y mínimo esfuerzo que prevalece en la era en que vivimos, nos ha conducido a ceder esas elecciones a los algoritmos, tal vez en muchos casos de manera consciente y en otros tantos (no pocos) de manera inconsciente, casi automática; esto sucede cada vez que proporcionamos datos personales, calificamos un servicio, otorgamos un like a una página o publicación, y lo que viene después, es inevitable: publicidad, promociones, “recomendaciones”, “sugerencias” (hasta de quién deberíamos ser amigos o seguidores). Es para pensarse, ¿no?
¿Hasta qué punto la Inteligencia Artificial –con todo y las regulaciones en materia de protección de datos personales a escala global – puede considerarse altamente invasiva de nuestra privacidad? ¿Nos han pedido consentimiento alguna vez si deseamos que toda nuestra actividad en la web sea registrada y utilizada para ofrecernos servicios, productos y toda cantidad de contenidos personalizados con los cuales nos bombardean día a día? Seguramente lo dicen los avisos y políticas de privacidad de Google y demás buscadores que utilizamos de manera cotidiana, pero, ¿qué sucede si no aceptamos ese tratamiento de datos?
Sencillamente, no podemos acceder al servicio o lo hacemos de manera limitada, eso es excluyente desde cualquier punto de vista. Solo nos queda aceptar, aceptar, aceptar si queremos utilizar determinadas plataformas.
Un dilema por demás relevante tiene que ver con la manera en que la IA es entrenada para realizar todas estas actividades. Como sabemos, se lleva a cabo a partir del procesamiento de grandes volúmenes de datos generados por humanos, lo cual implica que en ocasiones pueden existir sesgos marcados por creencias, ideologías, o posturas no del todo correctas desde el campo de la ética.
Convirtiendo las decisiones de la IA -que si bien, lógicas y aparentemente no subjetivas- en erróneas, injustas y hasta excluyentes, reproduciendo patrones de pensamiento y construcciones sociales que la humanidad mediante diversas regulaciones y esfuerzos de siglos, ha intentado erradicar, tales como: posturas racistas, de desigualdad entre géneros y otras. ¿Cuál es la conciencia de la IA? La que se le enseñe. ¿Qué sucede si se trasladan a los procesos legales que hoy en día se realizan mediante la IA? ¿O al reclutamiento de personas para postular a un empleo? A la decisión de suministrar o no determinado tratamiento a un paciente. Ejemplos sobran.
Finalmente, está el tema de la seguridad en el entorno digital, como sabemos, hoy la IA puede emular la voz humana -que es un dato personal biométrico- en cuestión de minutos, lo cual implica grandes riesgos para la seguridad e integridad de las personas, así como de su patrimonio si pensamos en el mal uso que en un momento dado se puede hacer de esas producciones como la suplantación de identidad. Ante estos dilemas lo pertinente es una discusión seria acerca de las repercusiones de esta omnipresencia de la Inteligencia Artificial en nuestras vidas, acciones concretas para determinar sus límites y beneficios y ante todo, desde lo individual como usuarios, recordar siempre que: la privacidad es libertad.