El peso de la costumbre
No hay nada más descorazonador que la pérdida de una rutina. La ausencia de una costumbre cotidiana repetida en el paso de los días que de repente desaparece dejando un hueco. A todos nos ha pasado cuando sufrimos la despedida de un ser amado, de una rutina laboral o hasta de un objeto; con el paso de las horas tendemos a echar en falta lo que por un momento dimos por sentado.
Sin embargo, curiosamente, los apegos y querencias también se presentan en esos espacios que habitamos, los que recorremos todos los días sin percatarnos de su presencia hasta que ya no están o nos dicen que ya no estarán.
Los cambios en el paisaje urbano siempre pesan y, en ocasiones, entrañan muchas resistencias. ¿Qué pasaría si mañana nos informaran que la escultura ecuestre del general González Ortega -mejor conocida como El Caballito– se trasladaría a Ciudad Administrativa? Sin temor a equivocarme, muchas cejas se alzarían al conocer la noticia.
Otras personas incluso comenzarían a esgrimir sus quejas y los columnistas sin duda lanzarían furibundas diatribas a quien se le ocurriera enviar tal monumento, céntrico, simbólico y tradicional, a una zona apenas poblada.
Tal suceso en realidad aconteció en el escenario arriba descrito. A mediados del siglo 20, en 1949, el monumento al héroe de la Reforma se trasladó de la antigua calle que llevaba su nombre -hoy Tacuba- a una zona que por entonces era un “muladar”, según las propias crónicas de la época.
Se trataba nada más y nada menos que de la nueva colonia Sierra de Álica: un nuevo complejo urbano que ampliaba la zona del centro histórico a la modernidad del pleno siglo 20, contando con espacios como un parque, una escuela, la Casa del Gobernador hoy convertida en museo y posteriormente con un templo, hoy uno de los ejemplos arquitectónicos del neogótico en Zacatecas.
Sin embargo, este cambio no fue para nada bien aceptado por la población de la época, ya que sentía como una ocurrencia caprichosa del entonces gobernador del estado Leobardo Reynoso.
Los periódicos de mayor circulación de aquel entonces registran el hecho con irónicas quejas; lo que causó más incomodidad fue que la decisión se tomara sin el mínimo respeto a los designios de la ciudadanía.
El periódico Actualidades, en julio de 1949, destaca lo siguiente: “Mofándose de nuestra tradición, el gobierno trasladará la estatua de González Ortega: el espléndido monumento que durante tantos años se encontró colocado como único atractivo en la avenida que lleva el nombre del prócer y en el preciso sitio donde el famoso héroe mexicano arengaba a las masas, será trasladado (…) a la colonia de la Sierra.
Como si se pretendiera desconocer una robusta y edificante tradición zacatecana, para dar paso a la más absurda egolatría, como si se tuviera un desequilibrado afán de pasar por alto los sentimientos de nuestro pueblo (…) se han iniciado, con la consternación general, los trabajos para la demolición del viejo pedestal donde por largas décadas se irguió airosa la hermosa estatua ecuestre del glorioso General de la República don Jesús González Ortega, para llevar a su efigie al históricamente desierto sitio que por obra y gracia de una plumada desaprensiva se le designó en la Colonia Sierra de Álica”.
Y el texto sigue. Pero palabras más, palabras menos, se menciona el peso de la tradición y del simbolismo que para los zacatecanos de entonces tenía el monumento en su lugar original de emplazamiento.
Cambiarlo implicaba violar la tradición y una costumbre que iba más allá de verlo en su sitio cada vez que se paseaba por ahí: borraba la identidad de una zona, para trastocarla, violando su relación con el entorno al situarla en otra que, para entonces, estaba completamente fuera de la zona “histórica”. Hoy estas quejas nos parecen infundadas.
Pero la historia de los cambios de la ciudad y sus resistencias es tan actual como repetida; nos resistimos a los cambios, sobre todo en esa ciudad que habitamos. No es hasta que la costumbre se vuelve a posar lentamente sobre nuestra mirada que los aceptamos y lo hacemos parte nuevamente de nuestra rutina.