El poder de las imágenes
El historiador del arte David Freedberg apuntaba en 1992 que “las personas se excitan sexualmente cuando contemplan pinturas y esculturas; las rompen, las mutilan, las besan, lloran ante ellas y emprenden viajes para llegar hasta donde están; se sienten calmadas por ellas, emocionadas e incitadas a la revuelta”.
Este párrafo forma parte de su famoso libro El poder de las imágenes, un texto donde el académico quiso dilucidar qué tipo de respuestas provocan las representaciones en el ser humano y cuál es ese magnético poder que hace que actuemos a veces de formas tan disímiles.
En el 2019, la pintura de un Emiliano Zapata desnudo, montado a caballo y luciendo tacones, fue el acicate para despertar un acalorado debate en el mundo de las redes sociales, por considerar que el retrato trastocaba -e incluso ofendía- la imagen de una de las figuras más míticas de la Revolución Mexicana.
Los detractores señalaron en aquel entonces, que la representación “homosexualizaba” la imagen del general, convirtiéndose en una total falta de respeto a la memoria del prócer del sur que forma parte de “los grandes íconos de la historia del país”.
La molestia llegó a la Secretaría de Cultura, a la que se le solicitó remover la pintura de la exposición Zapata después de Zapata en Bellas Artes.
Al final todo aquello quedó en anécdota, pero independientemente de la postura, aquel hecho dejó en claro que las imágenes, entendidas como una representación de algo o alguien, siempre despiertan una respuesta entre quienes la observan – tal como apuntaba Freedberg-, misma que en ocasiones es apasionada o desproporcionada.
Un debate similar ha suscitado en España la imagen de Jesucristo elaborada por Salustiano García. (Aquí hago un paréntesis para disculparme con mi estimado lector, pues el espacio no permite presentarle la imagen; sin embargo, la polémica ha sido tal que no tendrá problema en encontrarla por la red).
Todo empezó cuando los organizadores de la Semana Santa de Sevilla presentaron el cartel oficial para la edición 2024. Me hubiera gustado estar ahí para presenciar los rostros de los presentes cuando el lienzo blanco se levantó y la imagen provocó sonrisas traviesas, ojos abiertos y expresiones desencajadas; el Cristo que tenían enfrente estaba muy lejos de parecerse a aquellas representaciones sanguinolentas y apesadumbradas tan típicas de las conmemoraciones de Semana Santa iberoamericanas.
Por el contrario, García, un artista conocido por su estética de cartel, presentó a un Jesús resucitado, joven, delgado y excesivamente estilizado, sin casi rastro de sus estigmas ni heridas de la crucifixión. Su rostro parece haber pasado por el cirujano plástico: unos ojos alargados que retoman la moda del ojo felino tan presente en la estética de las redes sociales y unos pómulos elevados y marcados, amén de su cuerpo marcado, pero delgado, que se cubre con un paño de la pureza minúsculo.
Evidentemente los sectores más conservadores se adelantaron a decir que aquello era una falta de respeto y una hipersexualización de la figura más sagrada para los más de 2 mil 300 millones de personas que profesan alguna rama del cristianismo. Pero la imagen ya estaba hecha.
Huelga decir que la apariencia real de Jesucristo es una incógnita acrecentada por las nulas descripciones que hay de él. Ningún Evangelio retoma su apariencia, así que artistas y devotos de diferentes tiempos y espacios han debido reconstruirla a través de los cánones estéticos de su tiempo.
Del Jesús joven, imberbe, con sandalias y túnica grecorromanas, pasamos a la tradición del Cristo en Majestad, como juez del mundo, omnipotente como emperador celestial y terrenal con barba, cabello rubio y ojos azules. Pero ese viaje iconográfico, largo y cambiante, lo haremos el próximo viernes.
Por lo pronto permítame recordar que este viernes 2 de febrero se conmemora una tradición de antiguas raíces judeocristianas y prehispánicas.
Hoy, cuando coma los tradicionales tamales, tenga en cuenta que la celebración lleva el nombre de “Candelaria” por candela (vela), un objeto que llevaban las mujeres judías al templo a manera de ofrenda y purificación después del parto. Esta es una de las festividades marianas más antiguas, pues su introducción en la Iglesia Católica data del siglo V. Buen provecho.