Sobre Sergio Loo
Sergio Carrillo Loo (1982-2014) fue un joven escritor reconocido. Colaboró en revistas, presentaciones de libros y lectura de poesía. También laboró con el cineasta Julián Hernández. Su trayectoria va desde el afamado Sus brazos labios en mi boca rodando (poesía, 2007) hasta los póstumos Operación al cuerpo enfermo (poesía, 2015) y Narvarte pesadilla (narrativa, 2017). También están Guía Roji (poesía, 2012), Postales desde mi cabeza (poesía, 2014) y House: retratos desarmables (narrativa, 2011).
En 2009, Loo estuvo en Zacatecas, entonces escribí sobre Sus brazos labios en mi boca rodando: ¿Cuánto marca leer poesía? La lectura de la poesía es para mirar las cosas transformadas, en la quietud profunda del instante. Y para intentar entender que no hay más lenguaje que el lenguaje, y todo lo que no es lenguaje es real.
Las palabras contienen la creación y la experiencia divina. El poema dice, lo dice, en la sucesión condensada de los instantes. Instantes que son consagraciones, rémoras o anclas en lo que se transcurre.
Sergio Loo escribió: “Apagas el cigarro/ y nos vamos/ anacoretas/ cabizbajos/ aún célibes esta noche…”. Les propongo, desde la mirada poner al poema como un espejo con su respectiva imagen, con cuerpo. En el espejo es donde primordialmente se ve el fantasma del yo –es una suerte de autobiografía que busca su basamento en las palabras. Recurro a Loo, que escribió: “En la alacena de mi cuerpo/ siempre tengo algo/ por si quieres/ por si se te antoja/ por si vienes de visita/ o te quedas a dormir…”
Señalo: el cuerpo y el recuerdo son los ejes con los que Sergio Loo articuló el amor en el libro Sus brazos labios en mi boca rodando. En la primera sección, presidida por un epígrafe de Árqueles Vela (lo toma de El café de Nadie), Loo esculpe el cuerpo, la figura la recorre en partes precisas, para formar la memoria y dar constancia de una posesión, que con legitimidad hará memoria en los poemas por venir.
En Bocadillos (segunda parte del poema), escribió que el cuerpo es un “Catálogo pornográfico”, que expone y adiestra, al otro y al que habla en el texto. Al cuerpo lo va a reconocer con labor secular, hará en él un par de invenciones para mostrar el ejercicio de la posesión; así, la “lija del mentón” recorre, para “bajar/ engullir/ bajar/ lamer/ subir/ tragar”.
Merced a que no sacraliza al cuerpo, aunque ama al ser del cuerpo, logra que las escenas muestren un fresco trenzado, quizás con exceso, en el juego verbal del encabalgamiento poético y en la ruta estrófica de un concurrente bordamiento conceptual, que pide acaso su libre vuelo, más allá de las hechuras precisas de la construcción de un poema.
En Sus brazos labios en mi boca rodando cita a Luis, a Jesús, a Pablo. Esos nombres y su presencia, son quizá lo suyo (de Loo). Lo nuestro, en la lectura del libro, son los protagonistas de lo que centra el texto. La ocupación del cuerpo, con la que se fabricó la huella y con la ausencia de Luis “el de labios tibios”, la meditación.
“Para ti el mejor de los lutos/ el de cuero/ El del cuarto negro/ Que nadie diga tu nombre/ Que nadie en este antro tenga nombre/ Guárdenselo/ Silencio…”. Pero, atendamos, el recordar del yo que se plantó en el texto, no es una reproducción del acontecer, no es una imitación de lo real. Recordar como uno de los actos de la poesía, ocurre en el lenguaje, que escrito es entonces un silencio del mundo. Percibo que Loo lo expresó así: “Calcar tu rostro hasta que sea otro/ Recordar/ Recordar es la forma correcta de tergiversarte/ Y olvidar/ arrancarte de mi álbum (cuerpo) fotográfico…”