Democracia casi gratuita
Apenas comienzan las campañas electorales porque antes nomás eran precampañas o mensajes dirigidos “exclusivamente” a los miembros de X partido que se disfrutaban casi gratis. La verdad es que, entre cancioncillas ridículas, slogans dignos de una mayonesa o grandes carteles con hipócritas rostros siempre sonrientes, se corre el riesgo de malentender que las campañas electorales están dirigidas a lo que consideran un público más bien carente de sentido común e intelecto.
Por más que los colores, personajes, administraciones o transformaciones cambien, la dinámica electoral no ha podido cambiar. Es como si a través de un bombardeo de difusión unidireccional de absurdos mensajes se intentara que los votantes grabaran en sus mentecitas nombres, logos de partidos o mínimo gentiles disfraces faciales para que muy entusiastas fueran a tachonearlos con crayola negra el día de las elecciones.
Pero claro, garantizando el secreto y justificando así las absurdas cantidades de “recurso” destinadas al intento democrático.
Eso sí, gracias a la pronta y expedita intervención de las autoridades, está prohibido embriagarse un día antes de las elecciones porque no vayan los votadores a confundirse y elijan un nombre que no era al que se destinaron las múltiples cancioncillas, slogans y carteles, todo por andar demasiado deshidratados por los excesos que se permitieron inconsciente y poco democráticamente la noche anterior.
El precio de la democracia es alto y hay que agradecer que los refrigeradores se encuentren bajo candado, tan transparentes y seguros como las urnas resguardadas por todos los ojos necesarios para legitimar el dignísimo ejercicio. Pobrecitos ciudadanos que todavía no saben vivir solos con sus respectivos vicios y al mismo tiempo, orientarse adecuadamente para donde hay que voltear según sus, también a veces, ignoradas necesidades.
El votante, según las campañas electorales, no entiende muy bien cómo funciona su mundo. Por eso hay que proponerle varias opciones de personajes encorbatados, gorrudos o de perdido medio guapos que sí saben cómo.
Por supuesto que, gracias a la urgente paridad de género esas cada vez más justas canchas ya no se limitan a varoniles opciones. Las y los candidatos son gente que se ha dedicado a hacer investigación acción participativa y que ya se dieron cuenta de qué es lo que le anda haciendo falta a la otra menos consciente gente.
La panacea al alcance de un rostro siempre sonriente cuyo nombre se reproduce en una boleta con los suficientes seguros para que no vaya a ser cochinamente duplicada, robada, sustraída o todos esos otros tramposos calificativos que tanto daño hacen al transparentísimo ejercicio.
Las paredes tapizadas de nombres con algún optimista e indicativo verbo: ¡Fulano Va! ¡Mengana Es Diferente! ¡Perengana Es El Cambio Necesario! Habría que agradecer semejante acto de concientización mediático.
Por fortuna, los partidos políticos se encargan de casi todo y casi siempre tienen apertura para casi cualquier ciudadano de a pie. A través de los nada avariciosos petit comités internos se decide cuales son los nombres de los que pueden dignamente representar a los estimadísimos votantes, esos personajes públicos a los que habrá que, en su momento, encontrarle alguna rima con el apellido, algún eslogan pegajoso que parezca suficientemente cierto o alguna de esas otras inteligentes estrategias de marketing político que estudian en los posgrados los que sí saben las necesidades de la gente.
Porque de un lado está el candidato que mientras más cándido parezca mejor y por otro está el pobrecito, ingenuo y potencial votante, ése al que cuando mucho le piden: ¡A ver présteme su credencial! Ese documento que dice que sí existe y es un ciudadano responsable de una parte de la democracia del país, y por eso puede contribuir votando, al menos según el contrato social que un día firmó, aunque no sepa muy bien cuándo ni cómo ni dónde y con el que habrá de identificarse el día cero.
Todo para un día en el que se legitima la elocuente participación ciudadana y el complejísimo sistema electoral del país, por supuesto, una vez ya agotado este bonito periodo de concientización. Porque apenas comienzan las campañas electorales con cancioncillas ridículas, slogans de campaña y grandes carteles con caras de lo más parecido a la democracia que puede disfrutarse de forma casi gratuita.