Juárez 218
Transcurrimos diario entre referencias juaristas. Conocemos o estuvimos en una escuela primaria pública Benito Juárez García, o de algún compañero político de la generación de la Reforma (Melchor Ocampo, Jesús González Ortega, Leandro Valle, Guillermo Prieto); existen preescolares con el nombre de Margarita Maza de Juárez -ella no fue viuda de él; ocurrió al revés, ella falleció primero (1871)-.
También hay secundarias con el hombre del primer presidente indígena de México, muchas de ellas construidas en el centenario de su fallecimiento.
En el andar por la ciudad paseamos por la avenida, la calle, el edificio, la plaza que es nombrada con el presidente que resistió un golpe de Estado, una invasión extranjera y varias revueltas contra su investidura presidencial -aunque tampoco ignoremos, él mismo gobernó extendiendo su mandato con argucias legales y fue reelegido un par de ocasiones-.
La juarización fue una construcción que tuvo sus orígenes en las campañas de apoyo a su persona (1857-1861). Inició durante la guerra de Reforma, cuando bregó en pos de la Constitución de 1857 y su mandato legal.
Entonces se armó una campaña y una lucha armada que cobijaba a constitucionalistas, liberales y juaristas en oposición a preconstitucionalistas, tradicionalistas y militares. En aquel tiempo no se conocía la biografía de quien se ostentaba como el ejecutivo federal.
En 1861 fue elegido presidente, su contrincante más cercano fue el zacatecano Jesús González Ortega -a éste lo designó el Congreso como vicepresidente-. Ya como líder nacional admitido, Juárez encabezó la oposición a la invasión y el establecimiento del segundo imperio. No le fue fácil andar en el territorio nacional, ante las depredaciones francesas y los colaboracionistas, que lo empujaron al norte del país.
Juárez se sostuvo porque contó con el apoyo de grupos regionales -económicos y armados- que procuraban mantener su autonomía; operó y alentó guerrillas con hombres provenientes de las entidades y no obviemos la importancia de los fracasos internacionales de Napoleón tercero, del mismo Maximiliano y la presencia de Estados Unidos.
En Europa se contó con un ágil masón republicano, como lo fue Jesús Terán, ex diputado local en Zacatecas. No soslayemos, con argucias legales no cedió la presidencia a González Ortega, al triunfar sobre la monarquía se llamó a elecciones y volvió a legitimar su presencia. La guerra, la política -hecha por cartas, nombramientos a distancia y adhesiones interesadas en lo ideal y material-, y los procesos electorales construyeron una imagen presidencial casi inamovible.
Cuando falleció (julio 18 de 1872) se organizó una ceremonia de Estado casi sin precedentes. Era el primer presidente civil que moría en funciones. Hecho que obligó a poner en función los mecanismos de un Estado: sucesión, autorización del Congreso, rituales seculares -efectos de la vida de Juárez y las leyes de Reforma-.
Hubo eco de las ceremonias en el interior del país, generando el inicio de la inmortalización del repúblico, del ciudadano, del defensor de la segunda independencia nacional -todavía no era el indio de Guelatao-.
En el libro El grupo masón en la política zacatecana (2004) abordo cómo se elaboró y qué provocó la conmemoración luctuosa en Zacatecas; lo dicho -prácticamente lo mismo- sirvió para elaborar un ejemplar con Mariana Terán: Las voces liberales (2009).
La conmemoración del natalicio inició en 1906, en el aniversario cien. En aquella ocasión, que significaba la primera festividad nacional, previa al centenario de la independencia, se elaboraron tantas actividades que consolidaron un icono que representaría el liberalismo de la Reforma, el republicanismo del gobierno, el constitucionalismo como un eje del Estado mexicano. Juárez fue/es un referente ejemplar para seguir los procesos de civilización e integración social, máxime que el uso sería con base en un indígena.