Para lo que no sirven las palabras
Para pedir una cerveza, mandar un WhatsApp y para otras cosas menos útiles como escribir una tesis pueden utilizarse las palabras. Se pueden recibir por los ojos, por los oídos o incluso, por los dedos, no contando con alguna de las más prácticas opciones anteriores.
Para utilizarlas no es muy necesario saber de dónde llegan ni a dónde van. Arrojándolas irresponsablemente al mundo tal como sus creadores, también pueden usarse.
Ante cualquier ambigüedad se dan aclaraciones o se piden disculpas por no haber dicho o entendido lo que se quería decir, que era a veces todo lo contrario. Sirven para hacer como que todo se entiende.
Una disculpa es la gestión de un lenguaje universal para intentar reparar los daños contextuales hechos, supuestamente sin intención alguna.
Ciertas palabras llevan intenciones adoptadas culturalmente que no requieren siempre de la misma precisión porque pueden repetirse, multidirigirse e incluso, falsearse. Algo así como si pudieran hacerse flexibles para decir lo que de otro modo no se podría.
Casi todos nacen con una maquinaria productora de palabras expresables auditiva o visualmente y que, por fortuna, pueden utilizar para decir todo lo que se va aprendiendo que se debe decir como: “gracias”, “por favor” o “te amo”.
Por fortuna, la maquinaria también puede utilizarse para decir lo que se aprende que no se debe, supuestas malas palabras, insultos o improperios. “Al carajo”, “fantoche”, “pendejete” y todos esos envenenados conceptos que dependen de un contexto que tampoco se tiene que conocer muy bien, ni de donde viene o a donde va, pero que mantienen la función de la cultura.
En caso de que las palabras no sean suficientes, puede hacerse uso de otros símbolos o signos comunes que representen algo muy parecido a lo que supone ser la realidad. Se pueden hacer gestos, dibujitos, abreviaciones o incluso inventar uno que otro neologismo para designar el entendimiento compartido en el lenguaje.
Cuando al decir “gracias”, “por favor” o “te amo” no se alcanza a expresar lo deseado se puede recurrir a objetos en función de símbolos o signos que ayuden a dirigir lo que las palabras no dieron chance.
Algunas fechas para expresarse ya están prescritas por el calendario y es entonces, cuando cúmulos de potenciales expresivos andan navegando entre comercios para encontrar algo que les permita decir lo que con palabras no pudieron muy bien.
Ositos de peluche, flores o desayunos sorpresa son recurridos objetos de positiva expresión, disponibles a los que comparten la misma cultura y frustración por no encontrar suficiencia en los vocablos, precisamente, cuando justo dice el calendario que más se necesitan. La función del calendario es permitir estar preocupados por la prescripción, pero oportunamente.
Las palabras restringen porque solo pueden ser recibidas por los ojos, por los oídos o incluso por los dedos, pero también están delimitadas en medida del que las utiliza y al que se dirigen, con la prudente ambigüedad por supuesto, de que a veces cada quien entiende lo que quiere y siempre, nomás lo que puede.
Las palabras no sirven para expresarlo todo, pero pueden repetirse, multidirigirse y falsearse las veces que sean necesarias para no tener que estar comprando ositos de peluche, flores o desayunos sorpresa cada vez que no se sepa muy bien cómo expresarse con intenciones adoptadas culturalmente. A veces es suficiente con decir “gracias”, “por favor”, “te amo” o “vete al carajo fantoche”, a veces no.
Todos los días se escriben montañas de palabras intentando decir todo lo que todavía no se ha podido; es bien sabido que, para pedir una cerveza, mandar un WhatsApp u otras cosas menos útiles, como hacer una tesis, sí se puede.
Las maquinarias productoras de palabras arrojan y arrojan tanto lo que aprendieron que debe decirse como lo que no, y a veces ni así consiguen expresar eso que piensan que sienten.
Las palabras sirven para encontrarle sentido a ambigüedades, para disculparse o hacer aclaraciones; sirven para insultar, saludar y mantener la función de la cultura; sirven para escribir cuando el calendario dicta que hay que expresar con urgencia lo que se siente, también sirven para jugar, herir y falsear, pero para todo lo demás, no.