Guía rápida sobre mesas
Mueble con la parte superior elevada que se apoya en una o cuatro patas así se puede definir una mesa con pocas palabras. Las mesas se inventaron para detenerse y poner atención a algo que valga la pena no andarse moviendo. Se pueden utilizar en lo individual, en pareja o en lo grupal. Sirven para sentarse a comer, a leer o a realizar algún tipo de trabajo que requiera utilizar espacio fijo y las manos. Sirven para manipular artefactos, utensilios y palabras.
Hay mesas de trabajo, decorativas o simuladoras de poder. Primero van las mesas, luego los pretextos para utilizarlas. Casi siempre están centrales para reunirse y poder verse las caras, redondas y cuadradas, con peligrosas esquinas para que no se casen los que se sienten ahí. En una mesa hay que ser breves, luego levantarse y seguir buscando pretextos para volverse a sentar.
Las hay para amasar, para pintar y hasta para burocratizar al mundo. Las mesas en las oficinas se llaman escritorios porque sobre ellas se ponen escritos que resuelven asuntos muy importantes, de esos que requieren firmas y otros ridículos requisitos que hacen que parezca funcionar el mundo.
Algunas se utilizan para tomar café, atole con el dedo o alguna otra bebida que haga restarle importancia al mencionado funcionamiento. Los que se sientan en las mesas se ponen al mismo nivel, se ven de frente y se pueden decir casi todo tipo de cosas, algunas casi prohibidas.
Se pone sobre la mesa el asunto en turno, llámese decisión política, familiar, individual o nomás los tacos. A las mesas se les ponen adornos para que no se vean tan solas cuando no se están utilizando, siempre sirven, aunque sea nomás para verlas.
Las hay para jugar y para darle la mano a la de enfrente. Las hay para acariciar las rodillas por debajo y para luego pensar en arrepentirse. En una mesa se asume civilidad y se puede adornar con cucharas de muchos tamaños para parecer menos animales.
A las mesas no se suben los pies porque es de tan mal gusto como invitar a cualquiera a sentarse. Las rentan en restaurantes, bares y salones porque las de la casa son demasiado privadas como para usarlas con desconocidos.
En las caseras se pueden dejar esos artículos personales que a nadie más les importan. Una mesa plegable se puede llevar a cualquier lado por si sorprende la necesidad de quietud.
A las mesas se les ponen manteles, saleros y flores. Las hay redondas, cuadradas, imperiales y tipo herradura. Las hay de honor y hechas para obtener confesiones criminales. Se hacen de acero, de madera o de polipropileno según la necesidad en turno. Se pueden disfrazar tanto como sus ocupantes para volverlas presídium. Las ponen en los rincones para pedir que traigan la botella o escribirle mentiras a los diarios.
En las mesas se disponen las cartas de desamor y las del póker para jugar a emocionarse al azar. Las hay tan macizas, temblorosas o desechables según lo macizo, tembloroso o desechable del asunto. Existen para cuatro, para dos o para ocho, todas, también para uno. Las mesas detienen el tiempo hasta que se les acaba.
El mercado de las mesas es tan amplio y variado como les gusta a sus usuarios pensar que también son. En las mesas se puede golpetear con los dedos para reducir la ansiedad por no serlo. Las hay de los que se sienten reyes, jodidos o ninguno de los dos.
En la mesa se pone el pollo, la salsa y las tortillas, luego, se limpia con Windex para que no huela a usada. Sobre las mesas se pone el pan para compartir, aunque sea bolillo, así son el centro del mundo.
Las casas sin mesa parecen sin alma. Las hay de alma férrea para asolearlas en patios y jardines, las hay rencas y acongojadas de no usarlas suficiente. Hay las ignorantes del manual del buen vivir. Existen las de trabajo para levantar minutas de lo que se pudo arreglar encima de ellas. Son elevadas, de una o cuatro patas. En pocas palabras, superficies definibles; muebles, para no moverse tanto.