ZACATECAS. Este miércoles, en el área de Urgencias del Hospital General de Zona 1 Doctor Emilio Varela Luján, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), no había espacio para más pacientes.
Los pasillos dejaron de existir para convertirse en salas extras de atención. Los derechohabientes eran colocados sobre camillas de traslado, sillas y sillones mientras los familiares daban vueltas en círculo para no estorbar.
Una vez que lograban pasar al área de atención de Urgencias, personas que llegaban con dolores diversos o accidentadas esperaron hasta dos horas para la valoración y recibir la orden del tratamiento correspondiente.
De pronto en el lugar ya se apilaban las filas de camillas recargadas en la pared, invadiendo el pasillo, incluso el área de quirófanos, mientras los enfermeros se movían entre las personas para tomarles signos vitales, colocar sueros y cambiar a los pacientes de un lado a otro.
Además de la original sala de camas, todas ocupadas, desde hace más de un año se adecuó en el hospital de la capital una salita estrecha, con cinco o seis sillones que a veces se utilizan como cama para los usuarios. A espaldas ya fue colocada otra hilera de sillones, pues es frecuente que los pacientes rebasen en número al personal.
Incontable cifra de enfermos
Durante la tarde, a veces era incontable la cifra de personas que llegaban solicitando atención, algunas en llanto, otras rogando porque pronto los pasaran; se quedaban ahí aunque tuvieran que permanecer de pie una o dos horas, mientras los médicos estaban encerrados en los consultorios y las quejas en la sala de Urgencias se elevaban.
Pese a ello, el trato del personal de Enfermería no disminuyó en calidad; realizaron su labor en tono amable e incluso recomendaron que si no hay satisfacción en el trato, los usuarios lo exijan.
Los sillones se iban ocupando según el movimiento de los enfermos; si bien les iba, quienes recién llegaban podían disponer de una silla simple, dura y pequeña, que “cansa a la primera”, criticó uno de los pacientes que llegó por la noche, tras sufrir un accidente en carretera. Sin embargo, la mayoría de las personas permanecían de pie.
Enfermeros y médicos se movían con los carritos de atención procurando no tropezar con sillas, camas o pies de los enfermos, mientras el personal de seguridad se empeñaba en sacar a los familiares, a quienes los mandaban a sala de recepción para hacer más espacio.
Lejos de Dinamarca
Un septuagenario llegó casi al caer la noche. Por su condición, los enfermeros le consiguieron una de esas sillas incómodas. Mientras su esposa, una sexagenaria, se apoyaba de un bastón para permanecer de pie y poder acatar la instrucción de cuidar la aguja de suministro de suero para que no se le enterrara a su esposo, pues la vena la hallaron justo en el doblez del brazo.
Por su problema de salud, la mujer buscaba insistente un asiento donde reposar un poco, mientras el personal le exigía, casi a gritos, que no se sentara y mejor se retirara a la recepción.
En la espera, otro hombre comentaba “la locura” del ir y venir de pacientes, de los gritos, el llanto y las quejas.
Mientras mostraba cómo su cara se hacía cada vez más delgada, platicó que lo operaron de la vesícula y desde entonces puede comer poco, hasta que por la intolerancia a cualquier alimento, incluso al agua, terminó en Urgencias el lunes.
Reconoció que ya tiene un diagnóstico: un tumor en el colon, pero acusó que desde entonces no ha recibido el cuidado médico adecuado y, a pesar de estar harto del ir y venir en busca de atención, continúa acudiendo al hospital con la esperanza de pronto recibirla.
Cerca de él, una mujer de 50 y tantos años se lamentaba de que, cada tres horas, tiene dolores intensos de riñón. Al pasar el efecto de los analgésicos, el sufrimiento vuelve fuerte, pero se queja “quedito”.
Frente a los anuncios de inversiones millonarias para la mejora de la infraestructura del sistema de salud, en la sala de espera de Urgencias coincidieron en que “el servicio está lejos de parecerse al de Dinamarca”.