La pugna contra los libros de texto es muy antigua.
Desde la secularización de la sociedad, en México el petate del muerto han sido el comunismo y la perversión de la niñez por medio de la educación sexual.
Así se dijo también sobre los salones mixtos (con niños y niñas) y otras formas de instrucción progresista para esos tiempos.
La educación provista por el Estado seguía aún bajo paradigmas conservadores donde niños y niñas estudiaban segregados. En algunas ciudades del país comenzaron a llegar modelos diferentes en escuelas privadas de orientación laica o religiosa protestante.
Por ejemplo, en Monterrey, el Colegio Internacional, que operaba bajo el auspicio de la denominación bautista abrió sus puertas empleando un sistema de educación mixta, e inclusive alumnos y profesores de la Escuela Normal del estado visitaban las sesiones de clase para efectos de investigación y observación. Eso fue hace alrededor de 80 años.
Las asociaciones de colegios católicos y de padres de familia en su momento hicieron una velada protesta. Dentro de sus objeciones, en su momento se llegaba a mencionar la “confusión” que podía producir en los niños convivir con compañeros de sexo diferente.
Afortunadamente dichas objeciones se disiparon e inclusive la educación religiosa ha adoptado modelos de educación mixta. A regañadientes, pero abrazaron el progreso.
Luego vinieron los libros de texto gratuito que añadían una visión liberal —y en momentos jacobina— de la historia, misma que se fue descafeinando con el paso de los años. Con todo, México era en aquel entonces un país priísta, católico, machista y formalmente laico.
Ahora toca el turno a los libros de texto en específico y a la educación pública en general ser el pretexto para una inusual escaramuza.
No es un tema nuevo. Tampoco lo son los errores que contienen. Los libros de texto, por diversas razones en cuanto a control de calidad editorial, premuras o de plano indolencia, siempre han contenido errores que pudieran considerarse marginales. No deberían existir, pero también en ese proceso de enmienda participan los profesores, para que los alumnos no asimilen información equivocada. Además, los errores son enmendables en las siguientes ediciones.
Las acusaciones de Javier Alatorre, inducido por alguna orden del dueño de Tv Azteca (a juzgar por su actividad en X —antes Twitter—), rayan en lo irrisorio. La semilla del comunismo no se encuentra en libros de texto, no en éstos.
Si se apela a la indolencia de todos los participantes en el proceso educativo, habría relativa razón para estar preocupados. Pero si primero los maestros matizan las enseñanzas “controversiales” y luego los padres de familia atemporan con su propia convicción (como debe ser) el criterio en formación de los niños, entonces no hay tanta razón para temer al “virus pernicioso” del comunismo o de la perspectiva de género.
Circula en internet un recorte del Boletín de la Unión Nacional de Padres de Familia, institución de franca inclinación católica, de 1961, donde también se acusaba “La Escuela Laica, preparación y meta del comunismo”.
Décadas después, México no se convirtió en un país ni remotamente comunista. El fundamento ideológico de la educación laica es precisamente la reforma emprendida por los liberales mexicanos del siglo 19 y continuada por los gobiernos posrevolucionarios. Pero los movimientos sinarquistas de ultraderecha donde abrevan organizaciones como la Unión Nacional de Padres de Familia encuentran aberrante la misma Reforma y a Juárez.
Dicha resistencia siempre ha existido y ha contado con el velado apoyo y financiamiento de organizaciones, individuos de convicción católica y ultraconservadora de varios tipos.
Es un tema viejo, pero al mismo tiempo conveniente para la utilidad de una oposición ávida de motivos para objetar con estridencia.
La respuesta para todos ellos sería una y muy sencilla: desde hace décadas hubo libros de texto gratuitos, escuela laica y salones mixtos, y no nos volvimos comunistas.