Desconectarse de las redes sociales
Confieso que disfruto mucho esas conversaciones que surgen de manera espontánea en cualquier momento con personas desconocidas, en esos espacios de coincidencia que el antropólogo Marc Augé llamaba “No lugares” y cuyo concepto fue retomado por Zygmunt Bauman al describir las características de la sobremodernidad en la sociedad líquida.
Estos espacios como los aeropuertos, medios de transporte, cadenas hoteleras, espacios de descanso, se denominan “No lugares” porque ninguno de ellos es apropiado por las personas, ya que éstas no viven ahí, sino que solamente transitan y los consideran como zonas de consumo.
Fue en uno de esos “No lugares” que coincidí con un joven de 24 años, quien sin más ni más, comenzó a narrarme su experiencia al desconectarse de las redes sociales por varios meses. Comentó que es parte de una terapia psicológica que está recibiendo y en la cual se le recomendó realizar esta desconexión.
Me explicaba que con esta medida, se ha sentido liberado, con menos ansiedad, angustia y estrés. Que se ha regalado tiempo para realizar actividades que le gustan, disfruta y sobre todo, le han permitido fortalecer la cercanía con las personas importantes de su vida.
Mencionó que ahora que se alejó de las redes, se ha percatado de que la virtualidad puede llegar a ser un mundo en el cual circula mucha negatividad, actitudes de envidia, apariencias, mentiras y superficialidad.
Relató: “Me siento relajado, contento y ante todo, libre de esa necesidad de tener una vida perfecta e interesante a los ojos de los demás, de sentir esa presión por mantener un cuerpo perfecto y la ansiedad por no alcanzar lo irreal”
Me preguntaba también qué pienso acerca de las personas que reciben terapia psicológica; externaba que no comprendía por qué existen tantos estigmas sociales en tal sentido.
Al respecto, le comenté que desde mi punto de vista se trata de un temor infundado, sostenido por alfileres de viejas creencias y etiquetas; al final, todos necesitamos ayuda en algún momento de nuestra existencia, que si bien podemos recurrir a la familia y seres amados para superar esas etapas, el recibir asistencia oportuna de un profesional de la salud mental, puede marcar una diferencia importante en el curso que tome nuestra vida y la forma en que nos relacionamos con los demás.
Comentó que también ha notado que logra dormir mejor, estar enfocado y el tiempo pareciera transcurrir distinto.
Como ustedes imaginarán, esta conversación me recordó cuántas veces en mis artículos he hablado del impacto de las redes sociales en el comportamiento de las personas, el riesgo que existe de generar una adicción, a consumir contenidos que lejos de abonar a una mejor calidad de vida, pueden contribuir a generar ansiedad y en casos severos, aislamiento y depresión. Fenómeno que es aún más notorio en las generaciones jóvenes, puesto que su convicción es: “Si no está en las redes, no existe” y que en buena medida, su sentido de pertenencia y trascendencia, se ha trasladado al ciberespacio.
Debo comentar que ésta no es la primera experiencia de desconexión procedente de personas jóvenes de la que he tenido conocimiento, ya que entre mis alumnos también he escuchado testimonios de los beneficios de realizar estos cortes en la interacción en redes sociales y, en cierto sentido, abandonar la hiperconectividad a la que podemos estar sujetos en la era de Internet.
Recuerdo el caso de una alumna que expresaba sentir ansiedad, tristeza y hasta depresión al compararse físicamente con otras personas a quienes seguía en Instagram, lo cual le generó inseguridad y baja autoestima por cierto tiempo al no lograr alcanzar los estándares de belleza de esas personas. Por fortuna, logró superar esta condición con la ayuda de sus padres y algunas amistades.
Es cierto que en la actualidad las redes sociales fungen como un canal para mantenernos informados de los sucesos con inmediatez, representan la oportunidad de compartir y consumir contenidos de valor, formar parte de comunidades de interés y por qué no, de generar nuevas amistades, por lo cual, desaparecer para siempre de ellas es una decisión que debe analizarse con detenimiento y recordar que al final, siempre seremos dueños del tiempo que dediquemos a navegar por la web. Establecer límites sanos es una elección personal.