Una utopía platónica
Allá por el siglo V a.C., Platón imaginaba una República ideal donde los sabios -los filósofos- tomarían las riendas del Estado bajo un conocimiento pleno de lo que éste necesitaba. Algo así como una aristocracia del conocimiento, una clase de élite que se había formado durante toda su vida en virtudes como la justicia, para evitar errar el camino luego de que el poder los corrompiese.
Evidentemente su proyecto ideal era una utopía, que no obstante las críticas que la filosofía política puede desmenuzar con mayor exactitud, parece no ser un disparate si se piensa con detenimiento. Si alguna vez nos encontráramos en un avión a 10 mil metros de altura y de repente llegara una turbulencia, todos quisiéramos que quien piloteara la aeronave fuera un experto en la materia y no un improvisado piloto. Sin duda, para quienes llevan las riendas de un estado o un país, desearíamos lo mismo.
Lo anterior lo saco a colación porque sabemos o al menos conocemos de oídas, que una utopía del género está muy lejana a parecerse a nuestro querido México. Estamos tan acostumbrados al nepotismo, a los compadrazgos, al clientelismo y a los amiguismos, que ya ni nos quejamos de que gente sin el nivel de expertise que ciertos cargos públicos requieren, llegue a tener un puesto de alta responsabilidad.
Sabemos que así son las cosas, y que, si queremos aspirar a algo así por la buena, hará falta un buen capital social para llegar un día a poner nuestro granito de arena. Imaginemos qué pasaría si este avión en turbulentos senderos llamado México, estuviera en manos de quienes se prepararon por años para actuar con responsabilidad ante su tarea encomendada. Sin duda tendríamos otro país.
No digo que eso no suceda, consciente estoy de que hay muchas mexicanas y mexicanos que cotidianamente ponen su mejor esfuerzo en las actividades que realizan, que se prepararon profesionalmente para actuar con toda la responsabilidad que su cargo implica. Pero también soy consciente de que hay otros que no, que llegaron por la buena de Dios y están ahí, muchas veces sin saber qué o cómo mejorar o cambiar las cosas para llevarnos a todos a mejor puerto o peor aún, no les interesa.
Esta digresión es una reflexión personal. Una reflexión que hago desde las aulas y mi labor docente. Pertenecemos a una generación en la que se nos dijo que la preparación académica nos abriría puertas, pero la realidad nos la cierra en la cara. ¿Cómo decirles a los alumnos que muchas veces una carrera profesional cuidadosamente trazada en el camino de la excelencia, puede convertirse en un callejón sin salida al egresar?
La responsabilidad docente te obliga a hablarles con sinceridad y explicarles que el tiempo no regresa, que se preparen y que sumen habilidades en este mundo cada vez más competitivo y agotador.
Pero ¿qué decirles cuando ven con sus propios ojos que aquel que no se esforzó llega a un lugar donde quizá ellos nunca puedan? ¿O cómo explicarles que aún saliendo de un doctorado nada te asegura que tengas allanado el camino del éxito profesional?
Ciertamente esta dificultad se vive hasta en los países económicamente desarrollados, pero una cosa sí es cierta: si en México se valorara más el conocimiento y la experiencia en lugar de las relaciones fraguadas en el ámbito de la amistad o la familia, tendríamos quizá mejores respuestas ante las problemáticas que día a día se nos presentan en la calle, en los hospitales, en las escuelas, en las dependencias gubernamentales y en ese largo etcétera que implica la vida pública de nuestro país.
Ojalá un día esta utopía platónica pueda ser considerada más en serio, que las voces de los expertos sean escuchadas y tomadas en cuenta, que los gobernantes se rodeen de personas preparadas y responsables y que los jóvenes tengan espacios para poder desempeñarse en lo que estudiaron. Sigamos soñando.