Gobernar con [sin] empatía
En varias colaboraciones, estimada y estimado lector(a), he mencionado directa o indirectamente lo complejo de ser un actor político-gubernamental hoy en día, particularmente en un cargo de elección popular o en determinadas áreas de la función pública. Desde una modesta regiduría (inserte aquí el municipio más humilde que se imagine) hasta la Presidencia de la República lograda con una votación mayoritaria (o plurinominal, de representación proporcional, lista, etc.), o bien, en tareas gubernamentales como funcionario de seguridad, contra la violencia (en sus distintas manifestaciones), salud, procuración de justicia, atención ciudadana y otras más, la ignominia es el común denominador. Gobernar es desgastante, injusto, complejo y difícil.
El descrédito público se potencia cuando se van acumulando una serie de situaciones en las que no hay resultados o bien, éstos son muy pobres en consideración de la ciudadanía, sobre todo cuando se llegó al cargo con cierto halo de victoria electoral (legalidad, legitimidad) o al encargo con cartas credenciales políticas o administrativas que abordan una supuesta capacidad, pero al final, como funcionario o gobernante, resultas ser un fiasco, incompetente, insensible, ajeno, oculto y demás.
Dicho de otra forma, el descrédito de la función pública es normal -por así decirlo-, pero rebasa ciertos umbrales ante el mal desempeño, los malos resultados y la mala percepción de ello (nótese que son tres elementos distintos: desempeño, resultados y la forma en que la gente lo toma). Es difícil llegar, es muy fácil caer. El reto de gobernar hoy en día es muy complejo.
La exigencia ciudadana es tener gobernantes capaces, que den resultados y además de ello, nos hagan ver que están trabajando constantemente, sin frivolidades ni abusos y, sobre todo, que entienden a la gente. Cuando eso no sucede puede haber varias explicaciones, pero hay una que puede sobrepasar a las demás: la falta de empatía del gobernante o funcionario.
En un curso leí que la empatía “es imprescindible para construir relaciones que nos permiten entender las necesidades de los otros, en un espacio donde se requiere de la creación de soluciones para los problemas que afectan a la humanidad”. Además, esa característica -la empatía- también se define como “una habilidad fundamental para relacionarnos con otros y, básicamente, se resume en la capacidad de comprensión de entender lo que el otro siente. Asimismo, es la base de la conciencia social y, una vez que se desarrolla, es posible comprometerse con el entorno y con lo que afecta a los demás. Sin ésta, puede ser complicado identificar con claridad y eficiencia las necesidades detectadas en otras personas, pues se considerarán las condiciones personales sobre las sociales”. El curso es de la Universidad del Valle de México, de la materia “Empatía para resolver”.
La interacción con las personas es básica para generar empatía. Por eso, en muchas ocasiones las etapas de proselitismo electoral pueden ser altamente benéficas cuando el actor político y su equipo hacen un esfuerzo mayúsculo por entender la circunstancia que vive determinada persona, grupo social o expresión ciudadana, para poder trasladarla a la esfera del gobierno y crear soluciones; a ello agréguele que, una vez en el gobierno -por lo menos en la actualidad- permanece una exigencia social fuerte (que se expresa principalmente a través de redes sociales), que da cuenta del sentir de abandono que pueden tener los gobernantes o bien, el cuestionable uso del tiempo, recursos y circunstancias no para aprender, aprehender y trazar soluciones a los problemas sociales, pero sí para darse una vida suntuosa o enajenada de la realidad social: festín y gozo para el funcionario o gobernante, dolor y suplicio para la gente.
Los problemas que vive la sociedad actual tienen muchas aristas, tiempo de gestación y complicaciones para su resolución. Ninguna acción gubernamental borrará de la noche a la mañana las fallas, deficiencias o debilidades de hoy o que se arrastran de tiempo atrás, pero sí puede gestar bases para cambiar el rumbo con vientos favorables, si es que sabemos hacia dónde vamos.
Pero por lo visto, cuando el gobernante o el funcionario hace oídos sordos, mete la cabeza al suelo como avestruz, prefiere fiesta y gozo en lugar de trabajo arduo y sacrificado que la exigencia social de hoy en día demanda, la sociedad se frustra, se enerva o entristece, pero muchas veces sigue a expensas de las dádivas miserables que gobernantes inescrupulosos o funcionarios corruptos (tomar un cargo para que no estás capacitado también es una forma de corrupción) dan para callar o mitigar el enojo social.
La empatía se renueva diariamente desde distintos espacios fuera de la zona de confort. Pero si como gobernante o funcionario se comete el error de dejarse encapsular por circulillos perniciosos, ya se perdió la mitad de la batalla. Y es ahí donde el poder de la agenda pública y su respectivo manejo a través del equipo de trabajo puede dar la pauta para reavivar la buena relación gobierno-ciudadano y, desde un reinicio, decantarse por generar la percepción de que realmente se está trabajando con un primer paso: escuchar a la gente y ser empático. Pero lo que natura no da Salamanca no presta…