“Como te ven te tratan” reza la máxima de los que invierten más en los cuerpos que en las almas, en caso de que éstas existan. Hay quienes, en contra de las místicas señales, no terminan de creerse eso de los veintiún gramos, y es que es difícil entender lo que no se ve.
El santotomasismo hace necesario tocar, sentir y oler las cosas para captarlas, de otro modo, sin poderlas sentir, quién sabe si de verdad existirían. Las prendas y accesorios son facilitadores de mensajes, la claridad de estos, dependerá de su uso adecuado, o lo que es lo mismo, aprender cómo tratar por cómo se ve.
Es relativamente fácil distinguir a un judío de un punk a través de las señales que sus prendas le confieren. El problema radica en los contextos. Un bigote cortado al estilo hitleriano probablemente no le sea tan provechoso a un sacerdote o un político, aunque ahora ya es difícil saberlo.
La apariencia se vuelve facilitador de ideas o conceptos para los que observan. Se distinguen roles, trabajos o jerarquías por medio del uso de ciertas ropas. Las hay elegantes, masculinas, femeninas, sensuales o ridículas dependiendo de cómo y dónde se usen, los harapos son signos al alcance de su portador.
El miedo que puede generar una monita vestida de seda, también deja ver lo absurdo que puede ser el atuendo, y es que una vez que le quitas la toga, el birrete o el traje a los grandes y elocuentes pensadores: ¿qué más queda?
Los abogados son fans de las corbatas y los sacos sin necesidad de saber por qué. Las elegantes cenas de cocktail tienen un código de vestimenta que eleva a los asistentes a un nivel superior. Los bien vestidos andan como flotando por el aire, porque ya disfrazados, no pueden actuar como uno simples mortaletes, aunque lo sean.
El negro es elegante o fúnebre dependiendo de la ocasión. Portar los colores demasiado “vivos” serían una falta de respeto ante los muertos, porque el luto, como la elegancia, es una manera de actuar. Son gestos que ayudan a que los otros entiendan más o menos lo que los portadores andan sintiendo o queriendo sentir.
Algunas morales y buenas costumbres penden del tamaño de las faldas y lo planchado de los pantalones. Los amantes de la manta quizás sean yoggis, hippies o calzonudos revolucionarios que impondrían modas en París con sus adornadoras propuestas.
En la lógica de que las prendas representan algo que no se puede andar gritando, el mercado ha encontrado una mina de oro, lucir elegante, vago o intelectual está disponible a veces a módicas cantidades.
Sin embargo, lo que no tiene la monita vestida de seda es esa forma de portar ciertas prendas: “la clase” que es ese algo que inventaron los envidiosos para no dar chance a otros lucir sus sedosos vestidos.
La distinción también se busca, o como dice una máxima de RBD coreada en las multitudes: “yo soy rebelde porque no sigo a los demás”.
La civilización vino a vestir los cuerpos de múltiples maneras y las ideologías se convirtieron en pañuelos, estoperoles o sombreros. Que difícil hablar con alguien sin la lectura previa que permiten las ropas, Clark Ken entendió que lo godinezco oculta lo heroico.
Quién diría que no hace tanto tiempo, con taparse el “rabo” era más que suficiente, hasta Adán y Eva lo supieron, luego existió más variedad de opciones y llegó el punto en el que ya no hace falta saber mucho más que lo que se ve. Es entonces que, a signos más claros ya se sabe cómo puede y debe tratar.